Hoy dejo el Ranger y empiezo mi viaje de vuelta a casa. Con las bolsas cargadas a la espalda y los recuerdos en mi memoria (y en mi cámara) me alejo un paso del Ranger y de su tripulación, después de haberme acercado mucho.
Durante las tres últimas semanas, he disfrutado de una experiencia increíble trabajando con todas las personas a bordo. Todos hemos trabajado incansablemente veinticuatro horas al día, cada día, a través de cielos claros, mares picados, calma azul y aguaceros. No puedo explicar exactamente cómo es el Ranger en un momento determinado sin que me vengan a la cabeza miles de recuerdos y sensaciones. Todo el mundo siempre ha dado el cien por cien haciendo sus tareas y mucho más, de forma infatigable. Todos hemos cocinado, todos hemos limpiado, todos hemos trabajado por turnos durante toda la noche y el día. Traducíamos hacia uno y otro idioma, bromeando con buen humor sobre los parecidos y diferencias culturales y lingüísticas. Esperábamos con ansiedad a que se abriera una nueva tableta de chocolate.
Hemos compartido completamente esta experiencia.
Dejo el Ranger después de haber experimentado de primera mano el trabajo que realiza Oceana para proteger los océanos. El trabajo que hacemos hoy es sólo una parte de una misión más grande. Con el tiempo, culminará en una ley, un documental o una mejor comprensión de lo que está sucediendo en nuestros mares y océanos, en definitiva, en un cambio.
Vuelvo a casa, a Washington DC, para compartir mis experiencias con mis colegas, amigos y familiares y con aquellos que lean, vean y escuchen nuestras historias. Pero, primero, quiero desear buena suerte y buen viaje a todos los tripulantes del Ranger. Au revoir, adiós y goodbye.