25 julio.
Por fin y por suerte llegue ayer a Valencia para embarcar en el Ranger. Todavía estamos en puerto y parece que salimos por la tarde. Cada uno esta haciendo su cosa para prepararse, para cuidarse un poco antes de los tiempos en que estaremos más limitados en muchos sentidos. En puerto se lava la ropa, el barco y el cuerpo también. También se aprovecha el mejor acceso y conexiones con tierra, acceso al agua dulce, la posibilidad de conversar por teléfono celular o ir de compras para comida o cigarrillos para los fumadores.
En la mañana Carlos subió el palo para arreglar una luz que hay arriba para hacer señales durante la noche. Era una operación bastante complicada porque lo levantaron en una especie de silla hecha de tela sintética, con bolsillos grandes para las herramientas. Se nota que sería muy peligroso hacerlo en camino y me hizo pensar en los grandes barcos de vela de siglos pasados, en que los marineros subían a los palos para cambiar las velas incluso durante tormentas y batallas de guerra. Al menos en el Ranger se completó la operación en forma muy sencilla y Carlos bajo sin ningún problema.
El resto del día lo pase mareada, como siempre me pasa el primer día en el mar abierto, aunque sea un mar pequeño como el Mediterráneo. Ricardo me estuvo describiendo el Mediterráneo como un microcosmo del mundo, que tiene de todo dentro de muy poca distancia. Hay praderas de pasto marino, montanas submarinas, áreas de gran profundidad, y mucho más. Por ser un mar pequeño también hay ciertas diferencias, como la ausencia de una marea significante. A la vista parece el opuesto de Alaska, donde todo esta pintado en escala grande incluso la marea de 9 metros. Además con el agua calentita y la falta de tormentas durante verano el Mediterráneo ofrece condiciones ideales para la exploración científica menos el calor fuerte que te aprieta a lo largo del día.
26 julio.
El gran problema con marearse es el aburrimiento, aparte del sentido de nausea que puede llegar hasta que deseas (1) tomar cualquier droga para dormir (2) tirarte al mar (3) regresar a la tierra. En este viaje no sentí nada tan grave, solo un sentido suave de malestar. El problema principal cuando uno se marea también es que estás aburrida porque no puedes hacer nada más que sentarse afuera tomando aire y esperando que tu cuerpo se adapte a la situación. En estos momentos se entiende bien el dicho que estar en el mar es como estar en la cárcel. Durante la noche algunas neuronas en la cabeza se arreglaron para adaptarse al movimiento del barco y así al despertarme me sentí mucho mejor y ahora todo va bien.
Hoy en la mañana nos metimos en el agua para documentar los habitats de fondo aquí en Altea. Hicimos unos cuadrados para tomar fotos de los habitats con una escala fija. Se marcan con una cinta roja cada cinco centímetros para poder medir las cosas después. Los buceadores los llevaron al fondo pero estuvimos en el centro de una pradera tan grande de la planta Posidonia que no pudimos encontrar la periferia que queríamos documentar. Al menos se nota la gran cantidad de Posidonia en esta zona.
Después Juan y yo nos metimos a bucear a apnea para ayudar a Ricardo a encontrar otra pradera de Cysmodocea. Bajamos varias veces de la zodiac en distintos lugares y encontramos cada vez más Posidonia. Como siempre encuentro que las aguas tienen una tranquilidad y silencio cuando buceas apnea que no encuentras buceando con la botella. Te sientes como una criatura marina o al menos anfibia en la naturaleza. Para el buceo apnea es mucho mejor hacerlo en pareja, uno mirando mientras el otro baja al fondo, haciendo turnos. Es muy bonito mirar mientras tu compañero nada lentamente hacia el fondo con los brazos estirados adelante como Superman, echando burbujas pequeñas a todos lados. Mirar como desaparece en la oscuridad para reaparecer después acelerando lentamente a la superficie. En este momento tomas tres respiros lentos y profundos, y con el tercer buceas, tirando las aletas en un ritmo suave y pensando en las vistas que te esperan bajo el agua.
Cuando te toca guardia, uno se pasa mucho tiempo mirando la superficie del mar. Se ven unas manchas que aparecen y desaparecen sobre un fondo plateado. Tanto de noche como de día te imaginas cosas que en realidad no están allí. Aparece de repente algo de color naranja, que pudiera ser un salvavidas, pero nos fijamos bien con los prismáticos y descubrimos que se trata de una barca de playa, un juguete perdido sobresaltando en el viento. Y así de la nada aparece un palo como si cayera del cielo, un palo de madera de dos metros, que podría hacer daño al barco. Y por eso estamos 24 horas de guardia.
De día hemos visto algunas aves. Nos tumbamos en la sombra creada por la vela, aprovechando un descanso del calor y allí pasó un charrán, un ave pequeña que recorre grandes distancias en sus migraciones y en este momento se lanzó al agua para pescar, subiendo rápidamente con su gorra negra y quizás algún animal en su delgado pico.
De noche se imaginan más cosas. Todo está bajo una manta gris. Por arriba salen las estrellas y por debajo la luz amarillenta de la cocina. También se nota lo poblada que está la costa española en esta zona, con pueblos y con granjas de pescado. Las luces brillan en un alinea continua anaranjada, con puntitas blancas, azules, rojizas de vez en cuando. La superficie del mar se mueve y parece tridimensional, una tela de seda corriendo a nuestro lado.