julio 19, 2016
Un jardín submarino… lleno de basura
Hoy es mi primera jornada completa en alta mar, así como mi turno de escribir el diario. He subido a bordo del Ranger con gran excitación y expectativas: ¡comienza la aventura! Aunque formo parte integrante de la tripulación, como marinera de agua dulce que soy me limito principalmente a observar y a aprender cómo comportarme y moverme a bordo sin golpearme la cabeza cada dos por tres.
La nave está en continuo movimiento y posee su propio orden y lógica: todo objeto tiene una ubicación práctica, fija y señalada, todo miembro de la tripulación una tarea asignada, no se realiza ni un solo movimiento innecesario. El barco es en sí mismo una criatura viva: emite todo tipo de ruidos y por las noches te mece mejor que la nana más dulce, como una cuna marina.
Hemos zarpado del puerto de Mgarr para una travesía de tres días, con el fin de explorar un área de 20 millas náuticas al sur de la isla de Gozo. He tenido mucha suerte, pues ya en mi primer día a bordo he podido asistir a un auténtico festival de atunes y tortugas, e incluso he visto un pequeño pez espada –un avistamiento privilegiado, al tratarse de una especie esquilmada. Y los delfines se han unido alegremente a nosotros, lanzando juguetonas carreras al catamarán. ¡Nunca te cansas de contemplarlos!
El ROV se ha sumergido dos veces y, tras un par de horas investigando el turbio fondo marino, hemos tenido nuestra recompensa: una impresionante visión de un jardín submarino de coral a casi 500 metros de profundidad. Pero la admiración se ha mezclado con la indignación cuando hemos podido observar el impacto de la actividad humana en cada rincón: fantasmagóricas redes estrangulando corales gigantes milenarios, como telarañas amortajando un árbol de Navidad. Este paraíso submarino también está atestado de coloridas bolsas de plástico, “una especie” invasiva artificial introducida por los seres humanos. Ha sido muy triste constatar que las aguas maltesas ya no son tan prístinas…