mayo 16, 2007
Puerto de Marsella
Arribamos el domingo, después de saltar durante medio día las picudas y abundantes olas mediterráneas que nos regaló un viento fresco de 40 nudos del Sureste. Hemos aprovechado estos días de mal tiempo para hacer pequeñas reparaciones, esperar al servicio técnico del teléfono por satélite y hacer trasbordo de invitados. Desembarca nuestro buen amigo Ben, al que hemos marinizado a fuerza de pantocazos, y recibimos a un miembro del Consejo de Oceana en Estados Unidos.
El Ranger tiene un aspecto poderoso, enseñando sus afiladas proas al Ayuntamiento de Marsella. Hemos trabajado mucho en este bonito cacharro para que nos lleve por medio Mediterráneo. Ahora disfruta el reposo del guerrero.
Hasta el momento, la travesía no ha dado para mucho, pero los dos días de “caza” en el Golfo de León han sido productivos, ocho pesqueros con redes de deriva ilegales localizados y documentados. Lo más sorprendente ha sido la falta de emociones de los pescadores, real o fingida, uno espera que si pillas en delito a otro, éste por lo menos se sienta culpable. Con ellos da la sensación de que no hacen nada malo, y has de forzarte a pensar en los delfines, tortugas, peces luna y otras especies que masacran cada año.
La vida a bordo sigue una rutina agradable, ritmos de guardia, turnos de limpieza, muchas risas y la sensación de hacer algo útil. Las condiciones de vida a bordo no son ni mucho menos como en un crucero, pero la amplitud del Ranger permite momentos de intimidad necesarios en el mar. Además, la cocinera nos mantiene como en casa, y creo que estoy engordando. ¡Que bueno es comer bien navegando¡