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julio 24, 2016

Un buen susto en alta mar

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Esta pasada noche he podido contemplar con pasmo una hermosa escena que parecía sacada de una película romántica: una gigantesca luna roja alzándose con Malta como telón de fondo, acompañada de fuegos artificiales chisporroteando en ambos extremos de la isla. El Ranger por la noche parece un hotel de 5 millones de estrellas: el espectáculo de la Vía Láctea y de las estrellas fugaces sobre el mar te corta la respiración. Pero, ¿se trataba solo de la calma que antecede a la tormenta?

A las 6 de la mañana, me he despertado de golpe: las olas están batiendo el casco y la nave se bambolea. El tiempo ha cambiado. Salgo al puente para contemplar el amanecer y charlar con el capitán de guardia. El cielo está encapotado, el mar picado y el viento sopla furioso a entre 12 y 20 nudos. Es mi último día a bordo y, por primera vez, siento mareos. ¡Píldoras de biodramina al rescate! Nos vemos obligados a esperar hasta entrada la tarde, a que las condiciones meteorológicas mejoren, para llevar a cabo la inmersión diaria del ROV.

Cuando estamos a punto de terminar las operaciones y el ROV está ya emergiendo, suena de repente un fuerte ruido y los gritos de algunos tripulantes hacen que todo el mundo se precipite a mirar. ¡El cable de acero que sujeta el ROV se acaba de romper! Afortunadamente, nadie ha salido herido, pero se trata de un accidente grave. ¡Los 100 kilos del robot submarino son arrastrados por un lastre de 50 kilos en una caída libre hasta los 800 metros de profundidad del fondo! A pesar de la acuciante emergencia, la tripulación sabe guardar la cabeza bien fría y el capitán se dedica a dar órdenes claras. Solo la tensión en sus habitualmente joviales rostros delata que se enfrentan a una situación complicada. La única forma de recuperar el ROV consiste en tirar con mucho cuidado del frágil cable umbilical de fibra óptica que está conectado a la cámara. Tras un importante esfuerzo y una agónica espera, por fin depositamos el ROV en la seguridad de la cubierta. La angustia se disipa, pero es un buen recordatorio de que en alta mar siempre hay que permanecer alerta. Todo el mundo está agotado, pero aliviado y, una vez comprobado que todo está en su sitio, nos retiramos al comedor, para disfrutar de otra deliciosa cena preparada por Cris.