septiembre 23, 2013
Minería de profundidad
Durante muchos años, diversos proyectos de investigación han estudiado en el Pacífico los minerales del lecho marino, como el manganeso, el cobre, el níquel, el zinc o el cobalto. A finales del siglo XIX se descubrieron los primeros nódulos polimetálicos, pero en aquella época no era rentable explotarlos. Por desgracia, los tiempos han cambiado y a medida que se agotan las minas terrestres y la demanda continúa creciendo (p.ej., para aparatos electrónicos y smartphones), suben los precios y la búsqueda de nuevas fuentes de suministro se encamina al lecho marino.
La minería de profundidad es extremadamente dañina para los hábitats marinos, ya que desgarra literalmente el fondo marino, aspira grandes cantidades de sedimentos y rocas para extraer minerales y luego devuelve los restos al mar. Esto no solo destroza los hábitats, sino que extiende un fino sedimento por las aguas contiguas que asfixia grandes zonas y afecta a la cadena alimentaria marina en general.
Este tipo de minería es equivalente a las explotaciones a cielo abierto que hay en tierra e inevitablemente altera el frágil equilibrio de los ecosistemas de profundidad. Lo peor es que algunos lugares ricos en depósitos minerales, como las chimeneas hidrotermales, zonas de fractura o montañas submarinas, resultan ser los puntos calientes de biodiversidad de las grandes profundidades y están protegidos por convenios internacionales.
En Oceana nos preocupa que la Unión Europea, en un esfuerzo para recuperarse de la crisis económica, haya anunciado su intención de dar prioridad a los recursos minerales marinos como parte de su estrategia de Crecimiento Azul. Como podéis imaginar, nos oponemos a esta decisión. Es inaceptable que, una vez más, las autoridades estén cegadas por intereses a corto plazo que a la larga harán más mal que bien.