febrero 20, 2005
Llegada a Isla de Coco. Domingo, 20 de Febrero de 2005
¡ Hemos llegado ! Por fin estamos en la Isla de Coco. Ayer por la mañana avistamos una mancha gris en el horizonte, y por la tarde ya podíamos ver los peñascos de la isla, sus verdes colinas y dos barcos de MarViva anclados en la bahía. La excitación se apoderó de nosotros. Convencimos a Juan Pablo ( director de ZOEA y uno de los responsables de buceo del Ranger ) de que se subiera al mástil para filmar la llegada mientras se balanceaba como un mono en las jarcias. Nuestros dos invitados ( Marcela, directora de comunicaciones de MarViva, y Alex, de FAICO ) trabajan todos los días para proteger esta isla que jamás habían visto. Todos a bordo ( buceadores, biólogos, costarricenses, europeos y norteamericanos ) sabemos que se trata de una oportunidad única.
En la línea de 12 millas que marca los límites del parque marino pasamos junto a un palangrero allí parado. Tenía una tripulación de cinco o seis personas, una maraña de banderas verdes y negras ( se utilizan para marcar las boyas del palangre ) y en la popa llevaba escrito el nombre de su puerto de origen, ” Punta Arenas “. Según Marcela, estos barcos están siempre en la frontera del parque esperando la ocasión de entrar, o bien hacen uso de sus conocimientos de las corrientes para hacer que el palangre penetre en el parque aunque legalmente el barco continúe fuera.
El motivo es evidente. Apenas hemos entrado en las aguas del parque cuando ya vemos dos delfines en la proa. Como dijo Marcela, ” Es la prueba de que estamos llegando a la Isla de Coco “.
Anclamos en la bahía. Unos pocos días en la mar son suficientes para acostumbrarse a pasar sin algunos pequeños lujos, como la ducha. Desde que salimos de Golfito, nuestra higiene personal se ha limitado a poco más que a algún remojón ocasional con agua potable en la cara. Ahora que por fin hemos anclado, nos lanzamos desde la popa del Ranger al agua de un azul intenso. Algunos de los submarinistas profesionales que viajan a bordo ( Juan Pablo, Aitor, Houssine y Nuño, nuestro intrépido capitán ) se ponen las gafas y las aletas y, con gráciles movimientos, desaparecen bajo las aguas durante tanto tiempo que me parece imposible. Ya están en casa.