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septiembre 16, 2009

Hierro y montañas del Sahara. Miércoles 16 de septiembre de 2009

BY: Jose Peñalver

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©OCEANA/ Carlos Suárez

 

Esta mañana hemos zarpado de La Restinga, en la isla de El Hierro, bastante más tarde de lo que solemos hacerlo cuando salimos de puerto. La razón es que teníamos que llenar de combustible tanto los tanques del Oceana Ranger como los bidones de 20 litros con los que abastecer los generadores del ROV y del winche oceanográfico.

Para quien no lo conozca, La Restinga es un pequeño conglomerado de casas dispuestas en cuadrícula, con una densidad de centros de buceo por habitante difícilmente superable por ningún otro sitio. Para quien lo conozca, también.

Llenar los tanques del barco con gasoil ha sido relativamente fácil; llenar los bidones con gasolina, ya es otro cantar. Junto a Carlos Suárez, y a bordo de una vieja furgoneta de un amigo suyo que amenazaba con dejarnos tirados en cualquier curva, he recorrido alrededor de quince tortuosos kilómetros para llegar a la gasolinera de El Pinar, una población en la que no hay centros de buceo, como tampoco una sola calle que no esté desalentadoramente empinada.

Tras cargar los bidones, abandonar la gasolinera, deshacer curvas como si no nos hubieran salido bien en el trayecto de ida y observar cómo Carlos pisaba el pedal del freno como si fuese el batería de Led Zeppelin, hemos llegado de nuevo a La Restinga para realizar una inmersión antes de zarpar rumbo al Banco Echo.

El Banco Echo – conocido anteriormente como Banco Endeavour – se sitúa a unas 160 millas al suroeste del archipiélago canario. Forma parte de un conjunto de montañas submarinas conocido como Montañas del Sahara, y llega, en su parte más alta, a situarse a unos 150 metros de la superficie. Un lugar básicamente inexplorado al que nos vamos acercando, milla a milla, con el entusiasmo que produce realizar un trabajo pionero.

Para empezar, y a modo de aperitivo, un grupo de unos seis u ocho delfines moteados (Stenella frontalis) se dejó ver en la proa del barco durante un buen rato. Poco después – exactamente cuando a ellos les dio la gana – dijeron “¡hala, ahí os quedáis!”, y se fueron con viento fresco del noreste.

Mañana temprano, después de preparar el desayuno, tengo intención de colgarme los prismáticos y no parar hasta encontrar algún ave interesante. Rescatar el peine y el champú puede esperar.