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agosto 19, 2007

En las playas de Barbate

BY: Carlos Pérez

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© OCEANA / Jesús Renedo

 

Nos hemos despertado en Barbate. Calor atlántico, color arena y la gran duna verde pino. Estamos en el mismo puerto y amarrados al mismo pantalán que recibió al Ranger por primera vez en tierra española tras la expedición del 2005 desde San Diego de los US. Vaya … estoy teniendo un deja vú de esos!

El viento ha calmado bastante y ya no nos rebasa los oídos con la canción más habitual del Estrecho. Parada técnica en la tierra de la almadraba y planes de zarpe para Gibraltar. Parada técnica también, ésta del peñón por razones de permisos y papeleo aduanero. Gibraltar, … “gibral Tarik”, “la montaña de Tarik”, aquel que comenzó una aventura que duró unos cuantos cientos de años e hizo de gran parte de la península Ibérica tierra del Islam, según me contaron en el cole hace tiempo ya. Otro lo ha relatado más recientemente con un extravagante titular … “güen de moros inveided espein”, bueno yo me quedo con mi esforzado profe de BUP.

A media mañana largamos amarras y nos disponemos a pasar el embudo de Tarifa. El tiempo esta bueno y malo, según se mire, pero el paso va a ser de cierta forma inolvidable.

Además del ilustre Calderón de la Barca, del que no me constan aficiones navegantes, existen otros calderones de los que no me constan aficiones literarias, pero que esta vez andaban, entre petroleros y porta contenedores, liados en un espectáculo que nos dejó boquiabiertos. Los más grandes … joder que grandes! Las crías, … pues eso, revolviendo. Pero es que había hasta clac!

Bueno, me explico: uno de ellos, de tamaño respetable, pasó todo el avistamiento navegando panza arriba, rozándose con otros individuos y golpeando con las aletas en el agua aplaudiendo de forma incansable. Tras un par de horas de filmar y fotografiar a placer continuamos marcha hacia el peñón con cierta prisa pues la niebla se iba cerrando rápidamente a la entrada de la bahía de Algeciras.

El año pasado tuvimos la navegación más difícil que recuerdo entrando al peñón. Tres horas en la niebla más espesa que se pueda uno imaginar, bocinas de mercantes alrededor, estelas y sonido sordo de motores. Todos en cubierta afinando el oído y esperando ver aparecer un rascacielos en tu proa mientras Jordi se lo montaba de controlador aéreo con el ARPA. De verdad que no mola nada. Este año ha sido algo menos extremo y hemos pasado con cierta tranquilidad. Al final … el peñón.

Siempre me agrada el exotismo de Gibraltar. Esta mezcla de pulcritud y orden británico con el lío de las comunidades inmigrantes más extrovertidos e improvisadores tiene “su aquel” para mí. Para colmo y regodeo, en aquello del “remix anglo-andaluz”, esta parada nos va a saludar con una auténtica feria veraniega de esas del tren de la bruja, el gusano loco, el tiro al blanco, la tómbola de la chochona y los chiringuitos con tostadas de jamón serrano, tortilla de patata y gazpacho. Todo esto al pié de la simbólica muralla defensiva del Waterfront, con los reglamentarios Bobbys de casco y porra, y pegado a Queensway Marina. Así como suena. Pues eso, exotismo y … ciertos recuerdos divertidos de hace ya unos cuantos años.

Hemos hecho noche en Queensway Marina y repostado combustible al día siguiente. Luego a la mar de nuevo camino del Placer de las Bóvedas, frente a Puerto Banús. Al doblar Punta Europa hemos pasado junto al chatarrero semihundido, otro fantasma moribundo, pero eso ya es otra historia.