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agosto 5, 2007

El relevo

BY: Xavier Pastor

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© OCEANA / Jesús Renedo

 

Tras cinco semanas de ausencia del Ranger, ha llegado el momento de reincorporarme a bordo, relevando a Ricardo Aguilar. Dejar los agobios de Madrid no se lamenta demasiado, y tras una pequeña dosis de la habitual tortura aeroportuaria a la que cualquier ciudadano es sometido para que temple sus nervios y su humor, me he plantado en Almerimar. Allí es donde el barco había recalado dos días antes para realizar algunos trabajos de mantenimiento y proceder a nuestro relevo. El reencuentro con los compañeros de la tripulación es siempre una buena ocasión para ponerse al día, intercambiar historias, anécdotas y algunas risas sobre los acontecimientos del último mes. En el mismo puerto coincidimos con el Toftevaag, el velero de principios de siglo XX con el que Ricardo Sagarminaga y sus compañeros del Proyecto Alnitak y la Sociedad Española de Cetáceos (SEC) llevan dos décadas investigando el mar de Alborán, de cuya situación ambiental se han convertido en unos de los expertos de referencia internacional. Ricardo y Ana son, además, unos buenos y leales amigos, y es siempre una satisfacción encontrar una ocasión para comentar con ellos la situación medioambiental, política y hasta logística…

A las siete de la mañana del día siguiente, domingo, el Ranger ya estaba otra vez en marcha. Lo primero ha sido cargar combustible en la gasolinera del puerto y, a continuación, poner proa hacia la Isla de Alborán, nuestra siguiente zona de trabajo. Han sido seis horas de navegación, hasta entrar en la zona de reserva pesquera (plagada, por cierto, de arrastreros autorizados por la Secretaria General de Pesca… vaya un sorprendente concepto de reserva…). A lo largo de la travesía las observaciones de cetáceos han sido abundantes. Además de un grupo de unos 30 delfines comunes (Delphinus delphis) hemos visto otro, casi de las mismas dimensiones, de calderones grises (Grampus griseus). Pero como colofón, hemos tenido el privilegio de poder observar –y fotografiar- a tres ejemplares de los esquivos zifios (Ziphius sp. – probablemente cavirostris), incluida una cría. Estas tres especies amenazadas parecen tener en el Mar de Alborán uno de los ecosistemas en donde se resisten a la gradual desaparición que han sufrido en el resto del Mediterráneo. Aunque solo fuese por ello, esta zona debería recibir unas medidas de protección muy rigurosas.

Los primeros problemas surgen al ponernos en contacto por radio con el Destacamento militar que vigila la isla, para anunciarles nuestra llegada y notificarles nuestra intención de sumergir el robot e iniciar nuestro trabajo de documentación de los ecosistemas en la zona. A los militares nadie les ha comunicado nuestra llegada ni les ha remitido copia del permiso que hemos tramitado reglamentariamente, y por ello nos informan de que no pueden autorizarnos el inicio de las actividades. Las comunicaciones entre Alborán y tierra nunca son fáciles, pero un domingo de agosto a las 4 de la tarde son todavía mucho mas complicadas. A pesar de ello, el capitán del destacamento ha mostrado mucho interés y ha conseguido conectar con uno de los responsables de la reserva en su teléfono móvil, y tras una serie de conversaciones cruzadas hemos conseguido que se nos autorice provisionalmente desde Almería el inicio de los trabajos. Antes de abandonar la península, y a pesar de tener en nuestras manos la autorización por escrito, deberíamos haber advertido a los responsables de la reserva de que nos dirigíamos a la misma. Releído el texto con atención, comprobamos que tienen razón, y que el despiste es nuestro. Se ha subsanado.

Con dos horas de retraso iniciamos la inmersión del ROV en el limite de la plataforma continental de la parte oriental de la barra de Alborán. Es la primera inmersión desde que las hélices del robot sufrieran el enganche con un palangre “deportivo” ilegal en el Seco de los Olivos, que casi represento su perdida. Aunque ha sido sometido a una revisión a fondo por parte de Manuel y Mauro, siempre queda la duda de cómo se comportara después del incidente de la semana pasada. No se presenta ningún problema. El ROV va ascendiendo durante cuatro horas por la ladera de arena gruesa salpicada de rocas desde los 200 metros de profundidad a la que lo hemos sumergido hasta los 80 metros. En su camino va registrando campos de plumas de mar, holoturias, algunas estrellas de mar, colonias de ascidias, hidrozoos, esponjas, gorgonias, corales, poliquetos, cangrejos ermitaños, calapas, caprellas, e incluso algunas langostas. De entre los peces podemos destacar brotolas, cabrachos, rapes, pintarrojas, salmonetes, rubios, peces de San Pedro, labridos, jureles, peces planos…todo ello entre trozos de laminarias desgajadas de algún fondo no muy lejano (todavía no hemos encontrado ninguna fijada al fondo) y unos montículos de arena cónicos y muy regulares que deberemos interpretar. En este paisaje no deja de estar presente la huella del hombre. Vemos lo que nos parece una cicatriz de arrastre, alguna botella de coca cola, un trozo de cable, una estacha arrojada al mar y un palangre perdido… del que el ROV, operado por Manuel desde el puente del Ranger, huye despavorido…

Se hace tarde. Recuperamos el ROV y navegamos las pocas millas que no separan del muelle de la isla, donde los militares nos autorizan a atracar, no sin antes advertir: “la Armada no se responsabiliza de los danos que pueda sufrir su embarcación”. Más tarde comprenderemos que ese aviso esta muy justificado. Al llegar al muelle la recepción es amable. Varios militares nos recogen las amarras y nos ayudan a atracar. Otro viene a recoger todos los datos de la tripulación. Finalmente nos visita el capitán del destacamento, que sube a bordo y a quien explicamos en detalle los trabajos que estamos llevando a cabo. Se nos autoriza a bajar al muelle, pero por ahora no podemos recorrer la isla. Tras cenar y ver alguna película en el video, nos acostamos cerca de la media noche.