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febrero 18, 2005

De guardia. Viernes, 18 de Febrero de 2005

BY: Sandy Mason

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Salimos de Golfito ayer por la noche a eso de las 7, y desde entonces hemos estado viajando en dirección suroeste hacia la Isla de Coco. Sobre el océano reina una calma perfecta. Los nuevos tripulantes del Oceana Ranger que nunca han pasado más de una tarde navegando ( yo misma, por ejemplo ) estamos aprendiendo de los veteranos lo que significa vivir en un barco.

Lo primero que hay que aprender es que un barco es un mundo autocontenido. Lejos de tierra, una se da cuenta de pronto de hasta qué punto nuestra vida diaria depende de las infraestructuras de la civilización: alcantarillado, agua potable, electricidad,… Aquí no hay ningún grifo que te permita beber hasta saciarte, ni botones que puedas pulsar para triturar tu basura. Nuestros únicos recursos son los que hemos traído con nosotros y todo lo que produzcamos será responsabilidad nuestra, por lo menos hasta que lleguemos a tierra. Tanto el agua como la energía y la comida están limitadas, así que lavamos los platos con agua salada y los aclaramos ( sólo si es necesario ) con un chorrito de agua potable bombeada desde los depósitos. Cuando se pone el Sol, el barco se queda a oscuras; si necesitas ver, usas una luz lo más débil posible y la apagas tan pronto como puedas. La basura se separa: todo lo que se pueda reciclar se quedará a bordo hasta llegar a tierra, mientras que los residuos orgánicos los echamos a los peces cuando estamos muy lejos de la costa.

En el barco se presta atención a todo. Cada cabo, cada tornillo, cada desecho,… Todo tiene su función. Hacerme a la mar dentro de este pequeño universo de precisión me hace sentir independiente. Lo que más me atrae tal vez sea la contradicción de tener control absoluto sobre un sistema cerrado y, al mismo tiempo, saber que estoy rodeada de un mundo sin límites de viento y agua, fuera de todo control.

Si los detalles son importantes a bordo del Ranger, en nosotros mismos lo son todavía más. Pasamos las 24 horas del día oteando el horizonte en busca de nubes de tormenta, de otros barcos, luz, señales de humo o lo que sea. El día se divide en ocho períodos de tres horas. Todo el mundo tiene guardia tres horas por la mañana y otras tres por la noche. Hoy me ha tocado el turno de 6 a 9 de la mañana. Marcela, una periodista de MarViva, nos despertó a mí y a otros dos compañeros después de que ella y su equipo terminaran el turno, y subimos a cubierta con la salida del sol. En las primeras horas de la mañana nos cruzamos con un enorme portacontenedores Cosco ( después de no ver más que agua en todas direcciones, compartir el espacio con otro barco hace que el mar parezca de pronto de lo más concurrido ) y hace sólo unos minutos hemos visto un alcatraz, pero aparte de eso ha sido un día absolutamente tranquilo. El océano es nuestro.