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mayo 21, 2008

Camino a Vigo

BY: suzannah

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©OCEANA/ Jesús Renedo

 

Dejamos Valencia esta mañana poco después de las nueve, y acompañados por el borboteo del motor abandonamos la bahía para meternos de lleno en el rugido del viento de proa. Maureen y yo nos sentamos en la proa, viendo a Valencia desaparecer detrás de nosotros. Los yates y catamaranes de las regatas desaparecen rápidamente, dejando un paisaje de grúas naranjas, blancas y rojas que enmarcan la línea de costa. Valencia es un importante puerto para el transporte internacional, y tan pronto como estábamos en ruta pude ver dos enormes barcos de carga deslizándose a través del horizonte. Eran como dos ballenas flotantes, parecían crestas dentadas atestadas de cubos Lego gigantes formados por compartimentos de carga intercalados. Uno de los cargueros produjo un escape de gases en forma de erupción, y en ese momento hubiera agradecido una cámara mejor que lo hiciera parecer lo que era y no un bloque rectangular flotando inexplicablemente en el horizonte.

A medida que navegábamos hacia el sur, las urbanizaciones de las áreas costeras aparecían organizadas e indistintas como hormigueros. Mario y Nuño desplegaron las velas y Silvia me encomendó estar atenta por si veía algún tiburón peregrino, un tipo de tiburón de gran tamaño que se alimenta de plancton, y que este año se ha desplazado hacia el Sur antes de lo habitual. Me dedique a la búsqueda en las azules y plácidas aguas, y en cada pequeña cresta me parecía divisar mi objetivo. Frente a mí, un conjunto de cuerdas enrolladas cuelgan de los ganchos, cada una en su sitio y desplomadas en grupos como serpientes de los árboles. Los charranes patrullaban la superficie del agua.

Antes de darme cuenta puede ver el primer arrastrero. El casco oxidado del barco se movía hacia el norte un poco más cerca de la costa que nosotros; nuestra profundidad era de 60 m y teníamos que suponer que estaban solamente un poco más al norte de los 50, el mínimo permitido para el arrastre. Existe una planta denominada «posidonia oceanica» que es endémica del Mediterráneo, formando praderas hasta 30m de profundidad. Esta planta constituye un hábitat esencial para la vida marina, por lo que el arrastre a menos de 50 m está prohibido. Aunque Oceana no persigue en la actualidad a los arrastreros durante este viaje, si vemos algo sospechoso, siempre lo comprobamos.

Era mi primer arrastrero, pero no sería el último. Fueron pasando uno detrás del otro, todos ellos a lo largo de la marca de 50 m. Cabo de San Antonio. Colinas con crestas blancas. Palangres, cada uno con una pequeña bandera casera que no es más que una tira de tela coloreada sobre una boya.