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abril 14, 2011

Buceo

BY: Gorka Leclercq

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© OCEANA Carlos Minguell

 

Hoy han tocado diana a las seis y media, me he asomado por cubierta para ver que día tenemos, ya que buceábamos a las ocho de la mañana.

Mejor me ha metido al barco a desayunar, porque con la niebla que hacía y los dos grados de temperatura, mejor no pensarlo.

Tras “ponernos tibios” en el desayuno con la excusa del buceo, nos hemos equipado con la ropa térmica, dos pares de calcetines, la “rata” y el traje seco (casi nos parecemos más al “muñeco de Michelin” que a un buceador).

Hemos botado al agua las dos neumáticas y las hemos cargado con nuestras cámaras y equipos y hemos puesto rumbo al punto de buceo. Nos encontramos en “Kopparstenarne”, una reserva marina que se encuentra en aguas territoriales suecas.

Hemos realizado la inmersión fuera de los límites de la reserva, ya que nuestros permisos se están tramitando y no queríamos infringir ninguna ley que no permita bucear en la zona.

Nos hemos cerrado los trajes secos, mirando escrupulosamente que no nos entrase ni una gota de agua por ningún lado, ya que en estas latitudes cualquier posible entrada de agua, con temperaturas cercanas a los 0º C nos podría causar un serio problema.

La última parte del equipo nos la tuvo que poner el barquero; con los guantes tan gruesos que llevábamos era casi imposible cerrarnos las hebillas y velcros de los chalecos, y ajustarnos el latiguillo del traje seco.

Sin pensarlo mucho, nos hemos tirado al agua para descender por el cabo del fondeo hasta unos 18 metros. A esa profundidad la temperatura es gélida. Inflé mi traje seco todo lo que he podido para tener este agua tan helada lo más lejos posible de mi cuerpo y mantener el calor corporal tanto como podía.

Aunque el agua estaba teñida de un color verdoso, la visibilidad no era del todo mala. Pronto me he dado cuenta del motivo: mi buceador de seguridad Jesús Molino, tenía que recoger unas muestras de arena del fondo para analizarlas a bordo, cuando ha tratado de cogerlas “a mano”, se ha dado cuenta de que la arena esaba dura como una piedra… ¿qué demonios pasa aquí?

Miramos nuestro ordenador de buceo y nos damos cuenta del motivo: el agua está a una temperatura de ¡¡-1º C!! La arena estaba congelada y por eso estaba dura como una piedra. Esta temperatura es la responsable de que no se levante sedimento del fondo y haya “buena” visibilidad.

Los fondos estaban repletos de mejillones (Modiolus modiolus), entre ellos pude grabar un par de rascacios (Myoxocephalus scorpius), algunas algas pardas y una puesta de huevos que trataremos de identificar a bordo después de  la inmersión.

Llevábamos unos 25 minutos en el fondo y aunque el traje seco y la ropa térmica nos aislaban bastante bien del frío, apenas sentía los dedos de la mano y tuve que poner la cámara en modo automático porque era incapaz de manipular los botones de la carcasa.

Tras hacerle un gesto a Jesús, le indiqué que subíamos. En otras ocasiones es el aire de la botella o la profundidad la que nos pone límite a las inmersiones, en estas aguas es el frío el que te hace subir antes de la cuenta.

Nuestros buceos en las campañas de Oceana normalmente pasan de la hora de duración. En el Báltico planificamos las inmersiones para que duren la mitad.

Tras salir a superficie, flotamos boca arriba, para que el barquero nos quitase nuestros equipos, ya que nosotros éramos incapaces de hacerlo, y rápidamente ir al barco a tomar algo caliente y ponernos ropa seca; no hay tiempo que perder ya que están previstas varias inmersiones más para el día de hoy, afortunadamente las hará el ROV y a éste no le afecta el frío.