septiembre 2, 2009
Arguineguin, Sur de Gran Canaria. Miércoles, 2 de septiembre de 2009
Siete horas, veinticinco minutos. Lo sé porque la alarma diaria de mi teléfono móvil ha empezado a escupir la melodía de la banda sonora de la película El Golpe, tal vez tratando de que me despierte así, de golpe. Pero ni por esas. A veces es el barco el que te zarandea para que te levantes. Lo malo es que suele hacerlo desde el momento en que te acostaste la noche anterior. Acciono torpemente la tecla de “posponer 5 minutos” tratando de que mi cerebro vuelva lo antes posible a la posición off, arañando así un trozo más a la noche.
Siete horas, treinta minutos. Lo mismo de antes. Varias veces. Hasta que ya no puedo apurar más y me arrastro penosamente hasta la cocina para cargar las cafeteras, calentar la leche, sacar zumos, miel, bollería… Bueno, supongo que es eso lo que hago hasta que me tomo un café bien cargado, me fumo un cigarrillo y, ahora sí, me despierto. Buenos días.
Hoy prepararé algo sencillo: hamburguesas (Bos taurus domesticus) con patatas (Solanum tuberosum). Estas especies suelen hallarse a profundidades de entre 20 y 30 centímetros en el interior de la nevera. Como podéis imaginar, es una zona protegida.
Después del desayuno comienza la frenética actividad de cada día. Es un trabajo realmente interesante y absolutamente coherente. Aunque a veces, visto desde fuera, no es muy diferente de cualquier escena de los hermanos Marx: Siscu grita “lastre cinco arriba” mientras Charlie responde “lastre cinco arriba”. Los marineros y los buzos manejan una especie de manguera amarilla como un pequeño escuadrón de bomberos perezosos, a la vez que Pitu y Nuño hablan de rumbos, derivas, corrientes y de que “me tiras mucho, cambio”. Una cacofonía presumiblemente orquestada toda vez que a Riki y a Ana se les agrandan los ojos mientras hablan en latín. Gorka y Carlos Minguell lo documentan todo con el único fin de que no penséis que me lo invento.
Doce horas, treinta minutos. Debería empezar a hacer la comida.
Mientras selecciono los ingredientes, los lavo, los troceo (sí, ya sé, hoy son hamburguesas y eso no da mucho trabajo), coloco los cacharros limpios en los armarios, friego o preparo un tentempié de media mañana, me gusta pensar en los pequeños placeres que el final de la jornada puede depararme, como una buena ducha al llegar a puerto: esa gran sala oscura donde poder ver el último estreno mientras comes palomitas… ¿o eso era el cine? En fin…
Trece horas. Debería empezar a hacer la comida.
Pero hoy me ha dado por escribir, ya ven. Como suele ser habitual cuando me embarco, he traído mis prismáticos y cuatro guías de campo sobre aves. Los avistamientos de aves están siendo realmente pobres: pardelas, gaviotas y poco más, con lo que mis pertrechos de ornitólogo están sufriendo el mismo uso que el champú o el peine. Igual hay más suerte mañana.
Debo hacer la comida.