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septiembre 4, 2008

3 y 4 de Septiembre de 2008

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©OCEANA/ Carlos Suárez

 

Con mi llegada a Palma de Mallorca comienza mi andadura en el Marviva Med. Es la primera vez que embarco en esta nave y me siento muy satisfecho de poder aportar mi granito de arena a esta expedición. Mi trabajo consistirá en fotografiar la actividad diaria a bordo de este buque de 42 metros de eslora y los días de buceo obtener las mejores instantáneas submarinas posibles, supervisado por el campaigner al frente de este tramo de la expedición, Ricardo Aguilar.

Me cuesta muy poco adaptarme a la rutina de a bordo y la vida es más cómoda que en el otro barco de Oceana, el Ranger. En este último he estado bastantes veces y he aprendido la filosofía de trabajo. El Marviva Med es un barco mucho más grande y más equipado. Eso nos permitirá trabajar con el ROV (Remotely Operated Vehicle) a mayor profundidad y con más garantías. Roverto, como jocosamente llamamos a este vehículo dirigido a distancia, lleva incorporadas cámaras de video que nos permiten conocer lo que sucede a mayor profundidad y durante más tiempo de lo que un buceador autónomo puede permitirse. Un instrumento de incalculable valor para la adquisición de datos a gran profundidad.

Después de un día usando el ROV en la isla de Cabrera durante la noche ponemos rumbo a Menorca, donde a partir de ahora nos centraremos en la obtención de datos y de imágenes. A la mañana siguiente el equipo de buceo nos preparamos para sumergirnos por primera vez en el cabo más occidental de Menorca, el Cabo Bajolí. Se preparan minuciosamente las botellas, reguladores y chalecos hidrostáticos. La neumática es arriada y los buceadores nos preparamos para comenzar nuestra toma de contacto con Menorca. Además de Daniel Rodríguez, cámara de video y entrañable amigo, nos acompañarán Günter Kehren como buceador de seguridad y Thierry Lanois como líder de buceo. Además, en esta ocasión contamos con el apoyo de Marta Sales, oriunda de Menorca y representante del GOB, Grupo Balear de Ornitología y defensa de la naturaleza, que cuenta con mucha experiencia de buceo en estas aguas.

Por fin estoy en el agua. Me siento libre e ingrávido. Me gusta creer que estoy en mi medio, aunque soy consciente de que es solo una sensación y realmente sé que los humanos somos unos intrusos en el mar. Al entrar en el agua, el cálido Mediterráneo baña mi cara. Calculo que su temperatura debe rondar los 26 grados, bastante elevada para lo que estoy habituado en el Atlántico, concretamente en Canarias, de donde soy natural y donde la temperatura del agua no suele sobre pasar los 23 grados. Vacío mi chaleco hidrostático para bajar y nado hacia el azul. La visibilidad es muy grande, unos treinta metros, supongo. Primero bajo por una pared paralela a la línea de costa de unos 15 metros de desnivel. Luego el perfil desciende más lentamente con algunas rocas grandes esparcidas entre parches de posidonia. Estas rocas crean grietas y ranuras que dan cobijo a diferentes formas de vida sésil.

El paisaje submarino es muy bonito pero algo se echa en falta en esta idílica estampa ¡No hay peces! Un lugar como este debería estar rebosante de vida pero por el contrario solo consigo encontrar algunos alevines de tallas diminutas. Oculto en la oscuridad de una grieta veo un pequeño mero de algo más de un palmo que al verme huye como alma que lleva el diablo. Esta zona de Menorca no está protegida, y los peces parecen conocer bien que cuando humanos y peces se encuentran, claramente estos últimos llevan las de perder.

En mi mente repaso las ultimas inmersiones que realicé en Parque Nacional de Cabrera el año pasado, donde pude ver grandes ejemplares de meros y de otros peces. No puedo evitar la comparación entre ambos lugares tan cercanos y a la vez tan diferentes. Se hace patente que las reservas son necesarias para que algunas especies puedan llegar a su edad adulta y tengan tiempo de reproducirse. Sin duda lo que presenciamos en Cabo Bajolí es el resultado de la acción depredadora humana. La inmersión que empezó con mucha expectación para mí, comienza a ser algo frustrante. Pequeños sargos ocultos entre las rocas y algunas castañuelas nadando a media agua son los peces más activos. También puedo ver algunos pequeños lábridos que tratan de desparasitar a otros peces, pero sus estaciones de limpieza están poco solicitadas. Me consuela un grupo de reyezuelos que se oculta en un estrecho pasadizo. Su color naranja metálico destaca en la penumbra de esta hendidura.

A partir de los 27 metros la termoclina hace su aparición y comienza una llanura donde se extiende la pradera de posidonia con un aspecto muy saludable. El agua aquí es bastante más fría y solo paso algunos minutos antes de que mi cuerpo convenza a mi mente para ascender a los cálidos 26 grados más cercanos de la superficie. Al comenzar a remontar el desnivel que supone volver a la costa, veo los restos de un aparejo sujetos a una pequeña piedra. Parece el fondeo de un palangre o aparejo de pesca similar, lo que supone un prueba más de la sobre explotación de los peces de estas aguas.

Nos acercamos a una hora de inmersión y el aire de nuestras botellas comienza a flaquear. Es hora de empezar a realizar la parada de seguridad para evitar la temida enfermedad descompresiva. Una vez llegamos a bordo del Marviva Med informamos a Ricardo de lo que hemos visto y descargo las imágenes digitales para contrastar nuestras experiencias. Los datos obtenidos por científicos e investigadores irán arropados por imágenes en informes actualizados sobre la situación real del Mediterráneo, y más concretamente de las aguas de Menorca. De esta forma espero aportar mi granito de arena a la conservación de nuestro querido Mar Mediterráneo.

Ricardo nos ha informado de que mañana podremos bucear en la Reserva Nord de Menorca. Estoy ansioso por poder bucear allí y espero con optimismo que la vida marina haya encontrado la tranquilidad suficiente para progresar.