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agosto 25, 2008

25 de Agosto de 2008

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©OCEANA/ Carlos Minguell

 

Después de que el ROV acaparara todas las horas de agua durante unos días, el sábado 23 los buceadores volvimos a sumergirnos con la intención de documentar los fondos de la “Secca del Capo”, un bajo situado a considerable distancia de la costa, entre las islas de Salina y Panarea.

El montículo se eleva desde centenares de metros de profundidad hasta solo 6 metros de la superficie, lo cual lo hace (al menos en teoría) un lugar idóneo para encontrar abundante fauna, especialmente peces de gran talla y pelágicos.

Unos pocos minutos de inmersión fueron suficientes para convencerme de que en esta ocasión la teoría iba a ser pateada por la realidad: incluso a profundidades superiores a 30m solo podía ver Castañuelas, Julias y Tres colas. No solo no había ningún gran pez, sino que no fui capaz de encontrar un solo pez con valor comercial en 60 minutos de inmersión. Ni uno. Lo que si tuve que fotografiar, por enésima vez, fue el sombrío espectáculo que representan redes, cabos y sedales abrazados a la roca aquí y allá, como si fueran un grotesco recordatorio de los motivos que explican la ausencia de los grandes peces.

Durante el ascenso por la abrupta pared me entretengo fotografiando a un macho de Reyezuelo que, con evidente esfuerzo, incuba dentro de su boca entreabierta una puesta formada por centenares de huevos. El estado de maduración es tan avanzado que los ojos de las pequeñísimas larvas que hay dentro de los huevos son visibles a través de la lente de mi cámara. Siempre es un alivio ver algo de vida en un desierto.

Al día siguiente y tras la inmersión matutina del ROV, vuelve a ser el turno de los humanos. Nos sumergimos a tan solo unos 50 metros de la orilla en la costa sur de la Isla Filicudi y el agua vuelve a estar tan transparente como el día anterior. Es tarde y el cielo esta cubierto de nubes, pero la buena visibilidad y la absoluta quietud del agua (es el primer día de calma que veo desde que embarque a finales de julio) hacen que la pradera de fanerógamas Posidonia oceanica sobre la que descendemos parezca petrificada.

Estamos a 20 metros y nada se mueve, excepto las nubes de pequeñas castañuelas que buscan su alimento en la columna de agua sin separarse nunca demasiado del bosque protector que tienen debajo. El paisaje puede parecer algo monótono, pero eso lo compensa con creces la interesante variedad de pequeños animales que vamos encontrando, sobre todo en los valles de arena que salpican la frondosa pradera. Veo varias parejas de serranos que parece jugar a perseguirse entre los rizomas de la Posidonia oceanica (quizás un cortejo) y la arena está llena de holoturias. También encontramos pequeñas sepias, una pareja de Podas (un pez plano no muy común en el Mediterráneo) y algún Ceriantario, aunque lo que más me sorprende es la cantidad de nacras que hay, así como el tamaño que alcanzan algunas de ellas. Un reconfortante espectáculo si tenemos en cuenta que este molusco bivalvo, del que se sabe que puede alcanzar el metro de longitud, fue capturado masivamente en el pasado. Los que vemos en esta inmersión están aun muy lejos de alcanzar esa dimensión, pero por algo se empieza.

Estamos más de 100 minutos disfrutando de nuestro paseo a través del gran jardín que forman las plantas marinas y no veo ni una sola red o cabo en nuestro recorrido. Es triste que esto sea una novedad, cuando debiera ser la norma… pero al menos alegra poder dar buenas noticias de vez en cuando.