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Desafortunadamente, los individuos descartados tienen muy pocas probabilidades de sobrevivir y se los arranca del mar sin que en ocasiones hayan podido reproducirse. Esta práctica también causa otros impactos negativos en el ecosistema: beneficia a las especies depredadoras oportunistas (por ejemplo, a algunas aves) y causa, cuando la concentración de descartes en descomposición es grande, problemas para las comunidades de especies del fondo marino.
Este inmenso e innecesario desperdicio de recursos vivos no sólo amenaza el destino de muchos ecosistemas marinos, sino que pone en peligro el futuro de las pesquerías.
Los índices de descarte son muy variables, ya que dependen de la especie objetivo, el arte de pesca usado la zona o el período, etc. Algunas pesquerías presentan índices de descarte totalmente inaceptables: las pesquerías francesas de arrastre de aguas profundas en aguas occidentales han llegado a descartar el 90% de sus capturas. Es decir, solo 1 de cada 10 kg capturados es aprovechado, mientras los 9 restantes son tirados por la borda.
Todos los años, las flotas de arrastre del Mar del Norte que pescan lenguado, además de destruir los hábitats marinos, producen 330.000 toneladas de descartes de media por 148.261 toneladas de desembarcos.
El problema de los descartes es aún más sobrecogedor si se habla de individuos en lugar de toneladas: el registro de 1996 de las flotas europeas cuya pesca objetivo eran las gambas Crangon indica que éstas descartaron 928 millones de sollas, 16 millones de lenguados, 42 millones de bacalaos y 55 millones de merlanes, junto con 75.000 millones de gambas pequeñas.